Yo, la receta médica
“El arte de prescribir”
Yo, la receta médica. Si estoy en blanco, sólo con el membrete, no soy nada. Impresa electrónicamente o escrita de puño y letra del médico, me vuelvo importante. Soy la receta médica, formo parte del arte de curar. Aunque existo desde hace muchos años, me sorprende pensar que para una misma dolencia y un mismo paciente puedan escribirse sobre mi superficie diversos tratamientos, al igual que diez pintores representan de diez diferentes maneras un mismo paisaje. Por eso recetar es un arte: Porque en mí se vierten la experiencia del médico, su conocimiento de la enfermedad y del enfermo, el balance de los efectos beneficiosos y adversos del fármaco, la interacción con otros que ya esté tomando el paciente…
Los médicos tienen una justificada fama de escribir con mala letra. No disculpo su —generalmente— pésima caligrafía, pero creo poder ofrecer una causa que la explica: La firma de cualquier ser humano, que originariamente expresaba nombre, apellido o ambos, se convierte con el paso del tiempo en un garabato solo identificable por el trazo. De la misma manera, escribir cientos de veces las mismas palabras (colesterol, glucosa, o nombres de fármacos) hace que estos términos sufran una deformación que sólo los hace legibles para los sufridos farmacéuticos. Ahora bien, esto no justifica escribir con descuido. Los médicos tienen la exigencia ética de hablar con términos comprensibles a sus pacientes. Por tanto, también deberían esforzarse en que yo pueda ser leída por ellos, aunque admito que la prisa y el siempre escaso tiempo en la consulta son también culpables de una escritura descuidada.
Pero aunque las formas sean importantes, lo fundamental es que lo que se escriba en mí sea acertado. Me gusta que esté bien explicado cuándo debe tomarse una pastilla, los horarios, si debe ingerirse con las comidas o no… esas cosas que los pacientes olvidan fácilmente al salir de la consulta. No debéis olvidar que la medicina es ciencia, pero limitada e inexacta, y por tanto una prescripción correcta no siempre surte el efecto deseado. Sin embargo, hay un factor determinante para el éxito del tratamiento: La confianza del paciente en su médico. El prospecto del fármaco —que asusta más de lo que informa—, las lecturas de Internet o algunos frívolos consejos de parientes y amigos bienintencionados pueden socavar esa confianza, con consecuencias trágicas a veces (Maimónides lo sufrió y lo describe en su “oración” —ver en otra publicación de este blog—).
Se quita importancia a lo cotidiano. Las recetas médicas entramos en todas las casas —sobre todo en las de las personas mayores— y es fácil vernos como un objeto intrascendente. Al fin y al cabo, no importa si estamos arrugadas, escritas con pluma o bolígrafo; a veces tenemos manchas de grasa o café con leche, cabemos en cualquier bolsillo y se nos extravía con frecuencia. Reconozco que soy un mero instrumento en la larga cadena sanitaria. Pero para que un médico imprima en mí lo que puede curar y estampe su firma, han sido necesarios años de esfuerzo, estudio y experiencia. Permitidme, por tanto, que reivindique humildemente el respeto que merezco. No por mis méritos, sino porque siempre espero con ilusión ser útil para quien me recibe.