Empezar a correr.
La paradoja es que debo al tabaco mi afición por la carrera de fondo. Poco tiempo después de terminar medicina llegué a la conclusión de que debía dejar de fumar. No por salud sino por estricta coherencia profesional. No me costó un esfuerzo excesivo —fue una decisión firme— pero trajo consigo, como es frecuente, un aumento de peso similar al de una gestante: nueve kilos en seis meses. Tomé la decisión de empezar a correr y controlar la comida, compré zapatillas y ropa deportiva y me eché a la calle. El primer día comencé mi trote lleno de entusiasmo y lo mantuve exactamente cuarenta segundos, sin resuello, con el corazón martilleando dentro del pecho y queriendo salirse por la boca… Fue una cura de humildad. A la fuerza aprendí que, a pesar de la juventud, la forma física no se recupera en dos semanas, y al cabo de unos meses pude volver a ponerme los pantalones sin contener la respiración. Para entonces le había encontrado el gusto a la carrera; seguí corriendo y continúo haciéndolo a día de hoy.
A finales de los setenta, el corredor era un personaje escaso en el paisaje urbano, con un aura de perturbado y un entramado social eminentemente popular. La carrera de fondo no era un deporte de prestigio (tenis y golf estaban en su apogeo) y la maratón de Madrid contaba con dos o tres mil participantes, una décima parte de los actuales. En estos últimos años se ha desarrollado tal interés por las carreras populares que es raro el fin de semana en que no hay una competición en Madrid, Barcelona y otras ciudades. Sospecho que este auge está auspiciado por interesadas campañas de marketing; ya sabemos que el dinero es un motor eficacísimo generando tendencias. En todo caso se ha conseguido algo magnífico: muchas personas que nunca habían hecho deporte comienzan a correr pensando en su salud.
Correr no es complicado; la técnica de carrera es intuitiva y no requiere el aprendizaje de la esgrima o el baloncesto. Sin embargo, es preciso tener en cuenta unos sencillos principios. Está bien asegurarse de que las condiciones físicas son las adecuadas: no padecer enfermedades cardiovasculares —es prudente una revisión cardiológica previa— ni alteraciones estructurales de columna vertebral, piernas o pies. Aunque todo el cuerpo se mueve al correr, el pie es el que impacta contra el suelo, y hay que averiguar si la pisada es neutra, pronadora o supinadora. En toda tienda especializada dan información adecuada, porque de ello depende la elección de la zapatilla correcta. Ésta debe amortiguar y estabilizar el talón. Los dedos nunca deben rozar la puntera, hay que elegir un número más del calzado que usamos habitualmente; de lo contrario acabaremos con las uñas negras. De la zapatilla que escojamos dependerá en gran medida la aparición o no de lesiones. El resto de la ropa debe ser cómoda pero no es determinante.
Es necesario escuchar las sensaciones del cuerpo cuando estamos corriendo, por eso no es útil correr con música o ir al ritmo de otras personas. En ambos casos corremos más deprisa o despacio de lo que el organismo nos pide, y al principio es bueno mantener un ritmo cómodo. Es un error frecuente “picarse” con otros corredores. El corredor de verdad no compite contra nadie, si acaso contra sí mismo. El que va delante o detrás de ti no es un rival, es alguien que lucha contra sus propios límites. Tan sólo en la competición, en el sprint final, se echa mano de las últimas fuerzas para arañar unos segundos a tu propia marca o ganar algún puesto en la clasificación general.
La tecnología inalámbrica permite conocer el ritmo de carrera, los kilómetros recorridos y la frecuencia cardíaca. Manejar esta última es fundamental para empezar a correr con la garantía de no realizar más esfuerzo del conveniente. Como regla práctica, las pulsaciones por minuto no deben sobrepasar el 90% de la cifra resultante de restar la edad de 220 (Para un corredor de 40 años, 220-40=180×90%=162). Si no se dispone de pulsómetro no pasa nada, nadie lo tenía hasta hace pocos años. La regla de oro es correr a un ritmo que nos permita conversar. De esa manera el corazón no sufre y se utilizan los depósitos de grasa como combustible, permitiendo perder peso a partir de la media hora de ejercicio.
Un último consejo: El dolor es una señal de nuestro cuerpo que nos grita: ¡Para! Si no lo atendemos, cualquier lesión se agravará o cronificará. Empezar a correr es una magnífica decisión… si lo hacemos con conocimiento y prudencia.
Dr. José María Esteve Barcelona