La dignidad del enfermo

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La dignidad del enfermo.

Sentirse enfermo es, sencillamente, notar que nuestro cuerpo no tiene la sensación de normalidad de cuando estamos sanos. En ocasiones es algo indefinido, apenas perceptible, que nos hace pensar: “No estoy al cien por cien”. Cuanto más claros son los síntomas, más sensación de enfermedad tenemos. Estar enfermo significa que perdemos parte del control que ejercemos sobre nuestra propia vida, que dejamos de gobernar nuestros actos. Un dolor de cabeza, una diarrea, unas décimas de temperatura impiden el desarrollo normal de actividades domésticas, académicas o laborales.

Dice el diccionario que dignidad es la “gravedad y decoro de las personas al comportarse”. Las circunstancias de la enfermedad generan dependencia; y a mayor dependencia, mayor dificultad para mantener una imagen decorosa. Si nos sabemos indefensos, esperamos que quienes nos rodean extremen el tacto en su trato con nosotros, especialmente en el marco de las instituciones sanitarias, públicas o privadas. Necesitamos que el mundo comprenda que nos encontramos mal, que nos haga la vida amable. Un trato seco, brusco o despegado hacia el enfermo es degradante y profundamente injusto porque su situación le obliga a soportarlo.

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Cabría suponer que los médicos estamos especialmente capacitados para preservar la dignidad de los enfermos, y es así frecuentemente; pero me pregunto si no nos centramos en exceso en resolver lo técnico (diagnósticos, tratamientos) y olvidamos que un paciente no es un objeto a sanar, sino un ser humano —enfermo— cuya dignidad debemos respetar. El personal de centros médicos, clínicas y hospitales ha mejorado ostensiblemente el trato a los pacientes en los últimos años. Es obligado agradecer la cercanía y delicadeza del personal auxiliar y de enfermería, — siempre insuficientemente pagado y valorado—, y su capacidad para ponerse en el lugar del paciente… Siempre hay excepciones, de personas que jamás debería haberse dedicado a la enfermería o la medicina. Hace pocos años había una serie televisiva —“House”— cuyo protagonista ejemplifica lo impresentable en un médico: Distancia hacia el enfermo, desprecio a los colegas, autosuficiencia, misoginia. Curiosamente, la serie contaba con numerosos seguidores, cosa que no he terminado de entender… Pero quiero creer que estos casos no son la norma; los profesionales de la salud solemos llegar a través de una convicción ética, y tratamos de que el paso de los años no la destruya.

Surgen permanentemente cursos, programas, campañas para “Humanizar la Medicina”. No, señores políticos. No hay que humanizar la Medicina. Esta es una ciencia humanista desde su raíz. Hay que humanizar las estructuras sanitarias y —sobre todo— a las personas. Lamentablemente, no se puede enseñar a nadie a tratar dignamente a los demás: Esas cosas se maman. Pueden pulirse las formas, pero el trato personal nace de una convicción íntima y personal del individuo, que se posee o de la que se carece. Sin embargo, eché de menos en la facultad una formación más específica al respecto; sólo podía aprenderse del ejemplo de los buenos maestros. Ignoro si a día de hoy sigue siendo así, pero hace mucho que el mercantilismo se ha adueñado de la Sanidad —pública y privada— y creo que esto no le importa al  ministerio de sanidad ni a los colegios de médicos. Debe ser que no saben que están enfermos… y deshumanizados.

Dr. José María Esteve Barcelona