¿Para qué sirve un médico de cabecera?
¿Para qué sirve un médico de cabecera? Tengo la sensación de que muchas personas desconocen para qué sirve un médico de cabecera, si no es como expedidor de recetas o tramitador burocrático. Lo más lamentable es que lo he escuchado de algún colega. En fin…
Durante los últimos cien años, los adelantos técnicos han requerido de la especialización de los médicos en diferentes saberes, y han surgido especialidades que cubren el amplio espectro de la patología del ser humano. Así, cuando un paciente presenta una situación compleja, es habitual que varios especialistas trabajen siguiendo el llamado “modelo interdisciplinar”. Este sistema, que parece satisfactorio, tiene algún inconveniente: Como es imposible aprehender al paciente de manera global, se trabaja con la enfermedad, con el órgano enfermo; o como mucho se ve al enfermo desde la óptica de esa enfermedad concreta. En fotografía se usa un teleobjetivo para fotografiar la bandera del barco lejano, y un angular para captar la belleza del puerto con la puesta de sol y las nubes reflejadas en el agua, el paisaje en su conjunto…
Se me dirá: ¡Pero es inevitable que sea así! ¡Es imposible que alguien pueda saber de todo lo que le pasa al paciente! Y es verdad. Blaise Pascal —físico, matemático, filósofo y escritor francés, 1623-1662— , decía: “Puesto que no se puede ser universal y saber todo lo que se puede saber acerca de todo, hay que saber un poco de todo, porque es más hermosa la universalidad de saber un poco de todo que saberlo todo de una sola cosa”. Con este enfoque es posible que el médico de cabecera sea el principio y el final del camino. Él puede englobar los puntos de intersección de las especialidades y puede saber todo (algo de todo, cuando menos) de lo que le acontece al paciente.
Narra el médico argentino Paco Maglio (“La dignidad del otro” Libros del zorzal, Buenos Aires, 2008), cómo en 1350, el poeta Petrarca, sabiendo que su amigo el Papa Clemente VI estaba enfermo, le escribe: “Sé que estás gravemente enfermo y te envío todo mi apoyo, pero hay algo más terrible que tu enfermedad, y es que te atienden veinte médicos; acuérdate del epitafio del emperador Adriano: turba medicorum perii (sucumbí a una turba de médicos). Tienes que elegir a un solo médico y que sea él quien disponga a qué colegas llamar en consulta; y debe ser un médico que practique la virtud de la ecuanimidad, que atienda al último de tus siervos con la misma diligencia y dignidad que te atiende a ti como Papa.” Al parecer, Petrarca se adelantó varios siglos al concepto de medicina integral.
El médico de cabecera debe conocer —como todos los médicos— hasta dónde es competente. Cuando algo sobrepasa su capacidad, consulta con el especialista indicado y espera de éste una respuesta para continuar gestionando el proceso. Sucede frecuentemente que el especialista encuentra signos de que el proceso “se sale” de su especialidad, y remite al paciente a otro especialista, en lugar de transmitir su criterio al médico de familia. Con ello se consigue que el enfermo vaya recorriendo sucesivas consultas, realizando pruebas no siempre necesarias y en ocasiones cruentas, y acumulando tratamientos sin saber si unos son compatibles con los anteriores o no. Esto sucede por uno de dos motivos: O los pacientes creen que sólo un especialista es capaz de resolver su problema, o los especialistas no tienen ninguna confianza en la capacitación profesional del médico de cabecera. (O ambos motivos coexisten, claro).
Aprovecho la ocasión para agradecer la confianza con que me honráis pacientes y colegas. Pero no todos los médicos de cabecera tienen la misma fortuna…