“Viviendo juntos”
Viviendo juntos. Hasta ahora, los dos han vivido con sus padres, y la convivencia se ha limitado a algunos viajes o vacaciones. Es agradable vivir así: Fuera del trabajo el tiempo libre es para la pareja, la vida social o el deporte. Hasta ahora no ha habido que asumir responsabilidades domésticas como comprar, cocinar, lavar, planchar, limpiar, ordenar. Es más, ante una desavenencia, los dos han tenido tiempo hasta el día siguiente para recapacitar y reconducir la relación suavizando aristas. (“Perdona cariño, estuve hecha una tonta” / “No, perdona tú, que yo ayer no atendía a razones”). Ahora no; ahora se acuestan a cincuenta centímetros del otro (que tiene cara de ajo) y se despiertan de igual manera.
Creo que las mieles del primer año de convivencia son un mito. Vivir juntos significa que hay que llegar a acuerdos para todo: Quién se encarga de sacar la basura, cómo se ordena la ropa en los armarios, si dormimos con la persiana subida o bajada, si esta primera Nochebuena cenamos con tus padres o con los míos… Los primeros tiempos — y también los siguientes— de la vida en común exigen un esfuerzo constante por comprender los motivos del otro, por entender que su manera de hacer las cosas no tiene porqué coincidir con la nuestra (y viceversa). Es una época en la que cada acuerdo supone una victoria para ambos, y cada desencuentro deja un amargo regusto de frustración.
Por eso las parejas que se casan embarazadas tienen una dificultad añadida a la convivencia. Han pasado de ser “uno más uno” a ser tres de repente. Además, el bebé recién llegado demanda una atención constante, el padre y la madre tienen menos tiempo que dedicarse mutuamente y ambos pueden sentir que han perdido mucho con el cambio de estado. En cualquier caso, la receta es siempre la misma: Hablar sin descanso de la relación entre los dos y poner los sentimientos en común. Todo lo que ofende, los agravios que callamos, aparecen tarde o temprano, frecuentemente con ira.
Con frecuencia nos sentimos ofendidos —con o sin causa— y en ese momento crítico es importante mantener el autocontrol para no devolver la ofensa. ¡Es tan fácil hacer daño y tan difícil mantener la cabeza fría! Mis años de convivencia y el trabajo con parejas me han enseñado que no es bueno acostarse enfadados, y es peor aún discutir en la cama. En el mejor de los casos supone una noche de insomnio. Y creo que nunca hay que apagar la luz sin compartir un abrazo calmado y tierno que ponga las cosas en su sitio. Significa: “Ya hablaremos mañana de todo esto; pero por encima de todo, te quiero.”